Carta semanal del cardenal arzobispo Antonio Cañizares
"El Seminario es corazón de la diócesis". Esta frase no es
ciertamente una frase retórica, ni un slogan publicitario. Refleja la
realidad más propia de lo que entraña el seminario. El futuro de una
diócesis, en efecto, depende en gran medida del seminario diocesano,
porque es, como dijera Benedicto XV, sede "de donde se difunde la vida
espiritual hacia todas las venas de la Iglesia". O dicho con otras
palabras: el seminario es el lugar, el tiempo, el proceso, el método, y,
sobre todo, la comunidad educativa promovida por el Obispo donde se
forman los sacerdotes, que, no lo olvidemos, son siempre necesarios e
imprescindibles para que exista la Iglesia, "sacramento de la unión
íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano" (LG 1).
A
los sacerdotes, hombres escogidos por Dios de entre los hombres, en los
que se perpetúa sacramentalmente el sacerdocio de Cristo, les son
conferidos, por la unción y la imposición de las manos de la ordenación
sacerdotal, el poder y la facultad de que la redención salvífica se
transmita a la humanidad. Sólo ellos entregan a Cristo mismo en persona
por la celebración de la Eucaristía, sólo por ellos nos llega la gracia
purificadora y reconciliadora del perdón de Dios en el sacramento de la
Penitencia. Como se ha escrito, si el sacerdocio "desapareciera,
todavía podría seguir existiendo la fe, pero lentamente se extinguiría
en una agonía implacable la riqueza espiritual antes existente en una
comunidad determinada.
(Leer completa la carta)
+ Antonio, Card. Cañizares Llovera
Arzobispo de Valencia
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