“Estuve año y medio en este monasterio harto mejorada. Comencé a rezar
muchas oraciones vocales y a procurar con todas me encomendasen a Dios, que me
diese el estado en que le había de servir. Más todavía deseaba no fuese monja,
que éste no fuese Dios servido de dármele, aunque también temía el casarme.
A cabo de este tiempo que estuve aquí, ya tenía más amistad de ser monja,
aunque no en aquella casa, por las cosas más virtuosas que después entendí
tenían, que me parecían extremos demasiados; y había algunas de las más mozas
que me ayudaban en esto, que si todas fueran de un parecer, mucho me
aprovechara. También tenía yo una grande amiga en otro monasterio, y esto me
era parte para no ser monja, si lo hubiese de ser, sino adonde ella estaba.
Miraba más el gusto de mi sensualidad y vanidad que lo bien que me estaba a mi
alma. Estos buenos pensamientos de ser monja me venían algunas veces y luego se
quitaban, y no podía persuadirme a serlo.”
Santa Teresa de Jesús, Vida 3, 2
No hay comentarios:
Publicar un comentario