"Pues comenzando a gustar de la buena y santa
conversación de esta monja, holgábame de oírla cuán bien hablaba de Dios,
porque era muy discreta y santa. Esto, a mi parecer, en ningún tiempo dejé de
holgarme de oírlo. Comenzóme a contar cómo ella había venido a ser monja por
sólo leer lo que dice el evangelio: Muchos son los llamados y pocos los
escogidos. Decíame el premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por
El.
Comenzó esta buena compañía a desterrar las
costumbres que había hecho la mala y a tornar a poner en mi pensamiento deseos
de las cosas eternas y a quitar algo la gran enemistad que tenía con ser monja,
que se me había puesto grandísima. Y si veía alguna tener lágrimas cuando
rezaba, u otras virtudes, habíala mucha envidia; porque era tan recio mi
corazón en este caso que, si leyera toda la Pasión, no llorara una lágrima.
Esto me causaba pena."
Santa Teresa de Jesús, Vida 3, 1
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